Partiendo de este título tan
contundente, voy a iniciar una especie de “sección”,
por así decirlo, de este mi ocasionalmente desértico blog. Si vamos a tableros
de opinión de ciertas películas erróneamente
categorizadas como de terror, encontramos muchos comentarios de gente insatisfecha con lo que acaban de ver.
Por supuesto, no es que yo tome demasiado en cuenta el consejo de personas que
describen algo con palabras como “mierda” o “truño”, pero me da rabia que mucha
gente se cierre en banda al thriller psicológico por este motivo.
Aunque si lo único que esperas de una película de terror son sustos, screamers, jumpscares, sangre y violencia, de seguro te diré que no, este
género no será para ti.
El thriller psicológico va mucho más allá. Explota ese miedo latente a nuestro propio cerebro,
a la sugestión, al daño que los seres humanos somos capaces de infligir sin
darnos cuenta. Suelen ser cintas más
lentas, pues necesitan más tiempo para crear una atmósfera de agobio, y también se requiere especial atención a los detalles que luego encajarán para que
entendamos el mensaje implícito en
la trama. Precisamente esta “densidad” narrativa es la que espanta a muchos
espectadores, que acostumbran a mantenerse despiertos en la butaca esperando el
próximo susto.